EL SUSURRO DE LA GRACIA EN EL CÁLIDO REGAZO DEL MAESTRO

El maestro, gallardamente se inclina y, como si el suelo fuera un lienzo en blanco, comienza a trazar letras misteriosas e indescifrables. Las voces insistentes resuenan a su alrededor: "¿Tú qué nos dices a todo esto?”. Pero de repente, el bullicio se desvanece. Las voces diabólicas, sedientas de venganza, se apagan como velas ante un viento repentino.

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A. Nice

7/2/20248 min leer

El Barrio Rojo

Eres un viajero del tiempo, un turista accidental en las calles de una antigua ciudad. El sol de la tarde pinta de oro el polvo que se levanta a tu paso. De repente, el caos: gritos, un revuelo de túnicas y sandalias. Un hombre, pálido y con los ojos desorbitados, irrumpe desde una puerta de madera desvencijada, cubriéndose sus vergüenzas, huyendo pavorosamente. Pero no. No huye por un acreedor furioso de la época o por el marido celoso que lo halla pillado con la mujer amada. Son otras las razones. Ahora te lo explico:

Esto no es un chisme moderno. Tu vida, acostumbrada a la era digital de tu época, imagina titulares sensacionalistas: "¡Escándalo en el barrio rojo! ¡Prócer local pillado in fraganti!". Incluso viene a tu mente un pergamino viral pegado ahí en un poste, con millones de corazoncitos y “me gusta" dibujados a mano . Pero no. Estás en el corazón de la antigua Judea, donde los pecados se lavan con sangre y las piedras hablan más fuerte que las palabras. Este hombre no teme a las piedras; él solo huye por vergüenza, o si acaso porque el soborno no valía la pena.

Pero lo que se avecina es un espectáculo aún más perturbador. De esa taberna de mala muerte, emerge un bulto: una mujer que es arrastrada por las calles; su túnica hecha jirones revela su desnudez humillante. Cada tirón, cada grito de la turba, es un recordatorio brutal del poder de la ley y de la crueldad de quienes la imponen.

Logras ver el terror en los ojos de esa persona, la vergüenza ardiente en su piel expuesta. Es un escarmiento público, un sacrificio en el altar de la moralidad, un precio terrible por desafiar a los guardianes de la iglesia de ese tiempo.

Los Justicieros y el Juez

Es así como este grupo de líderes religiosos, escribas y fariseos— como se les conoce—autoproclamados guardianes de la santidad, encabeza la marcha mientras sus seguidores, una masa enfervorizada, agitan los brazos al grito de: "¡Justicia, justicia!". Avanzan unos metros hasta encontrarse con una figura misteriosa que en ese momento impartía sus enseñanzas a ciertos seguidores.

¡Qué lástima no tener un teléfono para capturar aquel instante!, piensas. Ni siquiera esa camarita de juguete que le regalaste a tu hermanita como para inmortalizar la escena. El Personaje que se alza frente a la multitud y ante la mujer maltrecha tiene un aura de juez, pero también algo más, algo indescriptible. Su figura es magnética, emblemática, y sus ojos... ¡Esos ojos irradian un amor tan profundo que las palabras no alcanzan para describirlo! Es más, Juan, que era un muchacho más o menos de tu edad en ese momento, lo relata así:

“Los maestros de la ley y los fariseos le llevaron una mujer que había sido sorprendida cometiendo adulterio. La pusieron en medio de ellos y 4 le dijeron a Jesús: Maestro, esta mujer fue sorprendida cometiendo adulterio. Moisés nos ordenó en su ley que matemos a pedradas a la mujer que haga esto”… Juan 8: 3-5 PDT

En ese instante, un seguidor de Jesús se acerca sigilosamente y te susurra al oído: "Es una trampa, todo está armado.Quieren destruir a Jesús". Un escalofrío te recorre la espalda: todos, excepto los discípulos, empezaron a recoger las piedras más grandes y filosas bajo sus pies. Bueno, los líderes ya traían una de buen tamaño en la mano, y tú sabes que si las piedras comienzan a volar, tú podrías ser el siguiente. La idea de huir se apodera de ti, pero ¿a dónde ir? Tal vez te acusen de ser el cómplice de la mujer. Mil escenarios de terror se agolpan en tu mente.

Pero entonces, la historia da un giro inesperado. La figura emblemática, ante las voces crueles e insistentes que exigen una respuesta, guarda silencio por un momento. El aire se espesa, la tensión es palpable. Finalmente, con una voz demoniaca que resuena en el silencio, preguntan los malvados: “Tú, pues, ¿qué dices?” (Vers. 5). Y el relato de Juan dice: “Mas esto decían tentándole, para poder acusarle” (Juan 8:6).

Acusadores Autoacusados

El maestro, gallardamente se inclina y, como si el suelo fuera un lienzo en blanco, comienza a trazar letras misteriosas e indescifrables. Las voces insistentes resuenan a su alrededor: "¿Tú qué nos dices a todo esto?”. Pero de repente, el bullicio se desvanece. Las voces diabólicas, sedientas de venganza, se apagan como velas ante un viento repentino.

El Santo personaje se yergue, no solo mirando a los ojos de sus acusadores, sino penetrando en la oscuridad de sus corazones. Con una voz que retumba en el silencio, declara: "El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella". Y, cual Juez sabio, vuelve a inclinarse. Entonces, oyes el ruido sordo de las piedras al caer en el suelo, mientras los acusadores, desde los más ancianos hasta los más jóvenes, se escabullen en silencio, avergonzados y derrotados. ¡Ah! ¡Qué alivio! Tus músculos se relajan y el estrés se desvanece. Juan lo relata así:

E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros (Juan 8: 8, 9).

¡Qué escena tan sobrecogedora viene a continuación! Solo quedan Jesús y la mujer, humillada, con sus vestiduras desgarradas y su rostro surcado por lágrimas de vergüenza y dolor. Lo que está por acontecer deja boquiabierto a cualquiera: Jesús, desafiando las leyes de pureza ritual que prohibían tocar a pecadores, leprosos, impuros, etc., cual pastor misericordioso se acerca a la mujer y con un gesto de infinita compasión y ternura, la toma de la mano, la levanta, como si le dijese: ¡Alza la frente! Juan declara:Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?” Juan 8:10.

¡Cómo no tener algo para inmortalizar ese instante! Es algo inaudito lo que está sucediendo: La mujer, irrumpiendo en un llanto liberador, derramada ante los pies de Jesús y con sus labios y voz temblorosos, le responde: “ninguno, Señor” (Juan 8:11). Ese cálido abrazo, y esa tierna compasión, preparan su alma, que cual desierto sediento recibe las palabras más hermosas y solemnes jamás escuchadas: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. Juan 8:11.

Este Jesús de los evangelios, abre los ojos a una verdad que nunca habrías percibido. Aquellos que arrastraban a la mujer, envueltos en sus túnicas largas y exigiendo respeto con el título de “Rabí", y con el afán de ocupar siempre los primeros lugares en los banquetes, no eran quienes parecían (Mateo 23:5-7; Lucas 11:43; Marcos 12:38-39). Se miraban y se presentaban como “santos”. Pero Jesús reveló su verdadera naturaleza: Puso al desnudo la perversidad de sus lenguas acusadoras; el pecado de ellos era cien veces mayor que el pecado carnal de esta infractora.

Este espectáculo ante tus ojos es desconcertante y contradice el mandamiento del Pentateuco que establece: "Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos." (Lev 20:10). Y Deuteronomio añade: “Si fuere sorprendido alguno acostado con una mujer casada con marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer también; así quitarás el mal de Israel.” (Deu 22:22).

Pero en este escándalo, el hombre involucrado no es juzgado, pues bastaba arrestar a la mujer para poner a Jesús en aprietos. Por otra parte, ¿Por qué llevar este caso a Jesús, si existía el Sanedrín? Era una trampa para probarlo y hallar la manera de destruirlo. Jesús se enfrenta a un dilema: si condenaba a la mujer, se contradice a sí mismo, pues él convivía con pecadores; si la perdona, está en contra de la ley de Moisés y fomentando el pecado.

El Jesús Desdibujado de Hoy

Pero este Jesús visto aquí es extraordinario, un modelo que contrasta con el cristianismo del tiempo presente. Este Jesús, capaz de leer los corazones, no rebajó las demandas de la ley ni excusó el pecado de la mujer. Ni siquiera cuestionó la pena de lapidación, sino que desafió a sus acusadores con una simple frase: "Si alguno de ustedes nunca ha pecado, tire la primera piedra" (Juan 8:7).

Este Jesús del que habla Juan, era el único que podía condenarla y arrojar la primera piedra, porque era el único que no tenía pecado. Y aunque nadie hay tan severo como Él contra el pecado, no hay nadie tan misericordioso como Él hacia el pecador. Él es «tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad» (Éx. 34:6).

Este Jesús, en su papel de Gran Juez, da la confianza y enseña que aquellos pecadores llevados ante el tribunal del Señor, no tienen por qué preocuparse: el pecador queda a solas con Él, y solo Él dictará sentencia en el caso. “El más santo es el más misericordioso. Cristo era tan puramente santo que podía darse el lujo de ser abundantemente misericordioso, Él es el enemigo del pecado, pero el Amigo de los pecadores” (B. Thomas).

Este Jesús invita a reflexionar sobre la iglesia actual: a menudo hay personas que miden su espiritualidad comparándose con los demás y actúan publicanamente. Ven al prójimo caído y se felicitan a sí mismos y piensan para sí: "¡Qué bueno que le pasó a él! ¡Qué bueno que no soy tan pecador!". Olvidan que los más depravados y malvados suelen ser los más duros y censuradores.

Este Jesús no pasa por desapercibidos a aquellos que, pese a leer la Biblia, permanecen ciegos a las palabras de Pablo: "Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas al otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo" (Romanos 2:1).

El Jesús que nos invita a acudir a su Regazo

El Jesús de este relato también nos enseña que, al encontrar faltas en otros, especialmente en mis hermanos en la fe, debo reflexionar y ser más severo con mis propios pecados. Si tengo el deber de amonestar, debo primero examinarme y recordar las palabras del apóstol: "Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado" (Gálatas 6:1).

Este Jesús que vemos en la Biblia encarna el clímax de la santidad; el amor, la misericordia y las segundas y terceras y las setenta veces siete oportunidades. Es el único con “autoridad en la tierra para perdonar pecados (Mt. 9:6). Y el único que no vino a juzgar al mundo para condenarlo, “sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan. 3:17).

Si la marea del odio ajeno te arrastra, si la mentira anida en corazones perversos de fariseos modernos, déjate llevar al regazo del amor infinito; si la ola hirviente de la venganza humana se cierne sobre ti, arrójate al cálido abrazo del perdón del maestro, que solo pronuncia con sus labios de amor: Yo no te juzgo, te perdono, sigue adelante. No peques más (Jn 8:11).

   

“Ven a mi, y to te haré descansar”.

Jesús.

man with a stone in hands, hombre con piedra en mano
man with a stone in hands, hombre con piedra en mano
hombre arrojando piedras
hombre arrojando piedras
Mujer humillada en el suelo
Mujer humillada en el suelo
Mujer recostada en Jesús
Mujer recostada en Jesús

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