El Resplandor que Consume: La Paradoja del Deseo, Atracción y Autodestrucción.
Los insectos no vuelan sobre el farol apagado, sino sobre el fulgor de la luz brillante. Ese revoloteo de admiración distorsionada y el intento por opacarlo, trascenderá su propia oscuridad y sellará su destino en un abrazo de luz y fuego. ACR
REFLECTIONS
A. Cortés
9/25/20243 min leer


Esta imagen te resultará familiar, especialmente en las noches lluviosas, cuando la oscuridad se despliega como un manto aterciopelado. En las afueras de las casas, los faroles, que deberían guiar al transeúnte, apenas emiten un destello, cubiertos por una nube de insectos. Atraídos por el resplandor, danzan frenéticamente alrededor de la luz. ¿Qué los impulsa? ¿Es simple fascinación, una competencia por ser los primeros en alcanzar la luz, o un instinto fatal que los lleva a un ballet macabro de admiración y deseo?
Ignoran que esa cercanía a la fuente de luz los cegará y consumirá. Pero, en su afán por poseerla, se lanzan hacia ella, solo para encontrar su final en un abrazo de fuego."
Puede sonar poético, pero en realidad aborda una tragedia: la profunda realidad de la envidia humana. Al igual que los insectos atraídos por el farol, hay quienes se sienten irresistiblemente cautivados por el brillo de los demás. Observan el éxito, el talento y la felicidad ajenos con una mezcla de admiración y resentimiento. La luz que emana de otros los deslumbra, haciéndolos sentir pequeños e insignificantes en comparación.
La envidia, como una llama interna, consume a quien la alberga. Ciega a las personas ante sus propias virtudes, haciéndolas olvidar sus logros y centrándolas en lo que otros poseen y ellos no. En lugar de celebrar el éxito ajeno, se sienten amenazados por él. En vez de inspirarse en el brillo de los demás, buscan formas de apagarlo. Por eso, es común en filosofía y psicología considerar que la envidia es una forma de admiración distorsionada que transforma la percepción de la realidad del envidioso.
Esta lucha contra la luz ajena es una batalla perdida de antemano. La envidia desgasta, roba la energía e impide avanzar en los caminos propios del ser humano. Los envidiosos se convierten en sombras que revolotean alrededor de la llama, incapaces de encontrar su propia luz.
La historia de los insectos revoloteadores nos enseña que la verdadera felicidad no reside en apagar la luz de los demás, sino en encender la nuestra propia. Cada uno de nosotros ha sido creado a la imagen de Dios y “está dotado de una facultad semejante a la del Creador: la individualidad, la facultad de pensar y hacer...” (Ed. 16). Todos cargamos con un potencial único que espera ser descubierto y desarrollado.
En lugar de compararnos con otros, debemos enfocarnos en cultivar nuestros talentos, en perseguir nuestros sueños y en construir nuestra propia felicidad.
Jesús nos exhortó a “brillar delante de todos": “¡Así dejen ustedes brillar su luz ante toda la gente! ¡Que las buenas obras que ustedes realicen brillen de tal manera que la gente adore al Padre celestial!” (Mt 5:16 NBV). Y aquí no se refiere a una luz prestada; a eclipsar o a robar el brillo de otros, sino a la luz que emana de uno mismo; de nuestra autenticidad y de nuestro propósito en la vida.
Cuando nos enfocamos en desarrollar nuestro potencial, dejamos de ser polillas o insectos atraídos por la luz ajena y nos convertimos en faroles que iluminan el camino para nosotros mismos y para los demás. La superación personal no se trata de competir con otros, sino de colaborar y crecer juntos. Celebrar los éxitos ajenos que nos inspiren y motiven a alcanzar nuestros propios objetivos; reconocer el valor en los demás que nos permita apreciar también el valor en nosotros mismos.
La envidia es una trampa que nos encierra en la oscuridad. La verdadera libertad se encuentra en abrazar nuestra propia luz y compartirla con el mundo. No permitas que la envidia te consuma. Enciende tu llama interior y brilla con luz propia.
“Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no puede esconderse. Nadie enciende una lámpara para esconderla bajo un cajón, sino que la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa”. Mt 5:14, 15 (NBV).
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